Despertando -espiritualmente- en la Tamaya

Dicen que si das un paso hacia la luz, la luz da cien pasos hacia a ti. No sé que tendrá de cierto, solo sé que desde que llegué aquí parece como si la luz, en forma de personas con una energía tan grande como su corazón, viniera a mí. Cuando vi en el anuncio del workaway que esto era un centro para el desarrollo personal, no entendí muy bien que quería decir; sólo sabía que tenía que ir, aunque estuviera a 2000km de mí, quizá porque uno de mis mejores amigos, una de esas luces que aparecieron en mi vida de casualidad,me lo recomendó. 

Llevo un mes aquí y ya intuyo todo mi desarrollo interior, como si el mundo entero hubiera cambiado de perspectiva. No sólo a través de las personas que trabajan o participan en los cursos, también a mis numerosos momentos de soledad arrancando hierbitas en el bosque -dicen que es un ejercicio zen- y sobretodo a mis ganas de crecer, de aprender, de crear. Estoy totalmente abierta a todo lo bonito, a todas las formas de amor, sin máscaras, sin miedos, sin prejuicios. Hasta me quité el piercing del ombligo, después de diez años conmigo, para dejar libre a no sé qué chakra. Caminar por esta increible isla también me ha ayudado mucho a ese «despertar». Hasta que no subes la cima de una montaña, sudando a chorros por el esfuerzo, tropezando con piedras, andando al borde del precipicio…hasta que la curiosidad por descubrir nuevos caminos vence a la pereza, al miedo a hacerte daño, a perderte…no puedes ver la otra cara de la vida, la cara bonita, pura, real, la que está encima de las nubes del ego.

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De todas las actividades que he participado aquí, la meditación de Osho, aún sin saber mucho de él, me ha marcado eternamente, ha abierto aún más la ventana de mi corazón, y la luz entra a raudales. Sé que algo ha cambiado, porque esa misma tarde paseando por el pueblo pasó una furgona de la Guardia Civil, y sonreí. Pasé por la pequeña sede del PP, y no la quise escupir.  Me he dado cuenta que hay dos formas de acercarse a un perro que te ladra furiosamente cuando pisas su territorio: puedes pasar rápido, con miedo, maldiciéndole en silencio o queriéndole dar una patada. O puedes acercarte sin miedo, con el corazón en la mano, y acariciarle. En la mayoría de los casos, empezará a menear la cola y aceptará tu amor, hasta puede que te dé un lametón. Me ha pasado. 

No sé si quiero que George W.Bush o Jose Mª Aznar me den un lametón, pero quizá, quizá, esa gente que actúa sin escrúpulos, sin moral, capaz de matar niños en una guerra por petróleo, estén faltos de amor. Muchos de esos ricachones superficiales fueron a un internado con cinco años. ¿Qué moral, cuánto amor, pudieron recibir de sus padres?

A veces pienso que ese policía que me rompió el brazo en una manifestación sin haber hecho nada, no fue más que el reflejo de mi ego, de mi rabia.

Quizá mi propósito en esta vida no es enfrentarme al ego de los demás con el mío propio, dejar que me destruya por dentro el odio, sino crear algo bonito, repartir alegría, sonrisas, y amor, mucho amor.

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