Sirviendo al Dhamma

Caminar puede ser como una meditación, pero a veces ni siquiera caminando conseguimos desconectar de nuestra mente, y mucho menos limpiar la mierda acumulada en ella. Por eso quería volver a estar en un entorno meditativo, y hacer de voluntaria en el centro de meditación Vipassana de Candeleda, en Ávila, parecía una idea perfecta.

En Europa es muy difícil obtener una plaza en un curso de 10 días Vipassana, incluso para servir, a menos que te apuntes con mucha antelación, pero para estudiantes antiguos existe la posibilidad de hacer un periodo de servicio entre cursos y es más fácil conseguir plaza.

Llegar de Cantabria a Candeleda no fue tarea fácil, pues me pasé el día entero en tres rotondas en los alrededores de Torrelavega. Me había dejado allí un hombre que me sorprendió mucho porque decia que habia dejado de trabajar de repente después de haber hecho precisamente el Camino de Santiago. Que se había dado cuenta de lo que era realmente importante en la vida y que hasta entonces sólo se había dedicado a trabajar. Ahora sólo hacía pequeñas chapucillas de vez en cuando por hobbie y ayudaba en alguna asociación para niños o algo así. Qué curioso, al final es cierto que el camino te marca.

Mi paz y mi buen rollo fue desapareciendo a medida que pasaban las horas y nadie, nadie, me paraba. No me gustan mucho las rotondas para el autostop, pero bueno a veces es la única forma para entrar en la autovía. Y por primera vez en mis tres años de experiencia en autostop no fui capaz de entrar en la puñetera autovía, tuve que desistir cuando era bien entrada la noche y empezaba a llover (también en mis ojos) y pagar un tren, que acabó siendo mucho más caro de lo que ponía en internet, 26€. Qué dolor. Con eso hubiera ido a Canarias, pero sólo llegué hasta Valladolid. No me gusta nada pagar transporte porque nunca puedo pagar largos trayectos y acabo siempre con una sensación extraña, no sé cómo explicarlo. Al fin y al cabo llegué a Valladolid casi a las 23h de la noche y seguía igual de tirada que en la rotonda, pero en una ciudad. Al menos el guardia de la estación me dejó dormitar ahí, aunque me hizo cambiar de sitio para que las cámaras no me vieran sentada en la mochila cargando el móvil. Intenté un couchsurfing de urgencia pero qué va, me contestaron pero al día siguiente. Me hubiera dado curiosidad conocer Palencia y Valladolid, pues desconozco totalmente la «España profunda» pero bueno será en otra ocasión. Al menos la gente que pregunté parecía amable.

A las 5 de la mañana me fui al bar de la estación de autobuses a hacer tiempo para que aclarara el día, me tomé un par de cafés y no me dejaron cargar el móvil. Cuando clareaba caminé, caminé y caminé, como si estuviera aún haciendo el camino, para salir de la ciudad y me costó la vida pero conseguí que me llevaran, aunque cambiaba de coche cada 30 kilómetros. El primer hombre se me insinuó ligeramente, era mayorcete, pero yo le quité la mano de mi pierna con determinación y le dije algo así como: «usted no está muy acostumbrado a recoger autoestopistas, no? Porque me parece que no acaba de entender como funciona. Se trata de llevar a alguien que va en su misma dirección, sin esperar nada a cambio. Y si no le parece bien, me bajo ahora mismo». Se quedó cortado, estuvimos un buen rato en silencio, yo mirando por la ventana, y al final acabamos teniendo una conversación normal, algo de que Valladolid tuvo un alcalde socialista bueno y tal y cual. A veces tendrían que darme premio a la paciencia. No es cosa del autostop, es cosa del machismo, porque ninguna mujer se me ha insinuado haciendo autostop y eso que a veces no me hubiera importado 😉  Después me recogió un camionero, del que me esperaba alguna insinuación, pero para nada, era un chico muy majo. No todos los camioneros son iguales. Después un matrimonio muy agradable me dejó en Ávila, donde hice «amistad forzada»con un chico que estaba borrachísimo y drogadísimo que en el fondo me daba pena y di una pequeña vuelta por la ciudad que es más bonita de lo que esperaba.

Tenía hambre y el único bar que servían comida a esas horas era un bar de fachas. Fachas bien orgullosos de serlo. Yo acabé

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acercandome a la puerta para poner a prueba mi «ecuanimidad» con las personas y acabé pidiéndole un cigarro a uno, así por socializar y la verdad eran amables a pesar de sus gafas de sol y su pinta de fachas. Eso sí, no me atreví a comer ninguno de sus «bocaudillos». Caminé y caminé y en una rotonda me tiré la vida. Se me acercó un viejito y me decía mientras pasaban un porrón de coches ignorándome que en su época hacer autostop era muy fácil, y eso que casi no habían coches. Ahora todo el mundo tenía y mira, nadie se paraba. Al final un chico majisimo me llevó un buen trecho, de esos con los que acabo dandoles mi telefono, mi blog, y las páginas de workaway porque quieren vivir de forma diferente.

 

Bueno escribiría dos hojas si detallara todo el autostop, ya sabéis como es el autostop en España. Al final llegué, con la ayuda de muchas personas, casi de noche, exhausta, con gran necesidad de una ducha…pero al llegar al centro la verdad que no paré. Me registré, me dieron algo de cenar, estábamos a mitad de un curso de 3 días en el que se suponia iba a participar como meditadora, pero al llegar tarde sólo podía servir y meditar las 3 horas de la meditación de grupo. Bueno para mí el hecho de tener un hogar estable, una cama, baño, ducha y comida ya me parecía un gran lujo y estaba eternamente agradecida. Además, tenía ganas y energía para trabajar en lo que me echaran.

Servir en el curso fue corto pero intenso, pues el ritmo en la cocina es bastante frenético. Aún así hice ya buenos amigos pues lo mejor de este sitio es que todo el mundo está más o menos en una «frecuencia» parecida. Nos levantábamos a las 5 o antes de las 4.30 si queríamos meditar una hora extra, preparábamos el desayuno para los estudiantes, recogíamos todo y sólo entonces desayunábamos los servidores. Así es un curso vipassana, quien sirve, sirve, de corazón y el bienestar de los estudiantes es lo más importante. A las 9 de la noche acababa derrotada en la cama.

Al finalizar el curso fui la responsable de la limpieza de los baños -oh, al fin tomando una responsabilidad!- pero fue fácil porque varias estudiantes se quedaron voluntariamente a ayudar con la limpieza.

El periodo de servicio era ligeramente diferente. Ya no había estudiantes con los que estaba estrictamente prohibido interactuar, pero aún así, se mantenían más o menos las mismas normas que durante el curso.

El horario era más relajado, levantarse a las 5.30 si querías ir al chanting matutino, a las 6.30 desayuno, de 8 a 9 meditación, de 9 a 12 trabajo. A las 12 se comía y teníamos descanso hasta la meditación de las 14h y de 15 a 17.20 se volvía a trabajar, bueno con bastante flexibilidad en los horarios. Cenábamos a las 17.30 y se meditaba a las 19h y sólo al final lo cambiaron  y pusieron la meditación antes de la cena, porque la verdad cenar recién comida en mi caso es una pérdida de tiempo, no consigo centrarme nada. Y después de dos semanas alimentandome de garbanzos, sardinas y tortillas precocinadas, no podía resistirme nada a esa comida vegetariana riquisima, era casi tipo buffet, muchas veces con postre y todo, el sueño de una vagamunda como yo.

Una de las tareas principales fue desmontar la cocina completamente y limpiarla muy a fondo, para pintar el suelo. Así que estuvimos días cocinando como podíamos en la casita de los voluntarios de largo plazo, comiendo y fregando al aire libre (suerte que la cena era a las 17.30!).  Para algunos era incómodo pero para mi seguia siendo todo un lujo y un regalo. Varias veces me dediqué a preparar el desayuno y la comida y la verdad disfruté bastante de la experiencia, pocas veces dispongo de una cocina y de la oportunidad de cocinar para otros. Otras tareas eran el jardín, planté algunos arbolitos y arbustos, limpiar y hacer arreglillos donde hiciera falta y la lavandería, donde había mucha paz.

El mayor aprendizaje en estos días fue la disciplina. Había que seguir un código de conducta muy estricto para mi gusto, almenos para el periodo entre cursos. Segregación masculina y femenina, aunque a veces era imposible (yo decía riendo que tendría que dormir en el cuartito de las herramientas por mi orientación sexual); ningún tipo de contacto físico (esto fue durísimo, con lo acostumbrada que estoy al afecto físico, a los abrazos…nunca lo acabé de entender). Nada de música. Ni siquiera podía tararear! Con lo cuál los primeros días me ocurrió algo muy curioso. Me pasaba el día tarareando mientras fregaba o cocinaba, porque me sentía verdaderamente feliz y no me había leido bien el codigo de disciplina lo reconozco, pero un compañero me llamó la atención por eso. Y me sentí muy reprimida, y mi felicidad también. Pero luego logré entenderlo, podía distraer o molestar a otras personas, al fin y al cabo se supone que es prácticamente como un monasterio, donde debería predominar el silencio. Pero a veces era imposible las conversaciones banales y las risas. Jolin, la risa es vida. Pero bueno, hay momentos para todo. Alomejor en otro momento hubiera tenido más ganas de silencio pero después de 2 semanas caminando sola la verdad tenía ganas de socializar y reir.

 

Total que me pasé casi 3 semanas haciendo vida de monja y fue muy agradable, pero difícil para alguien tan libre, semisalvaje e indisciplinada como yo. A veces me sentía sobretodo encerrada, porque sólo teníamos un día libre a la semana y gracias, y yo necesitaba escaparme principalmente para pasear por la naturaleza espectacular de los alrededores, comer churros con chocolate en el pueblo que también son espectaculares, abrazar árboles a falta de contacto humano y cantar con el ukulele a grito pelao. No hice muchos avances en la técnica de meditación, no tiene nada que ver con hacer el curso, pero desde luego que aprendí muchisimo sobre «mí» y «mi» ego.

He hecho bonitas amistades, y confieso que con alguna me di algún abrazo a escondidas 🙂

Estando allí me apunté a la lista de espera del siguiente curso de 10 días, con la esperanza de que alguien no apareciera en el último minuto, pero el manager me quitó un poco la esperanza y me dijo que me buscara un plan B. Así que me lo busqué, sobretodo cuando sobró una plaza y llamaron a mi compañera y amiga para que fuera ella, aunque creo que ni siquiera estaba en la lista de espera. Imagino que pensaron que ella lo necesitaba más porque hacía años que no hacía un curso y yo sólo 9 meses. Curiosamente ella acabó por irse el primer día y me llamaron, pero yo ya había conseguido un bonito plan B en Madrid al que me había comprometido.

Otra vez será, no se puede correr hacia la luz porque te puedes quedar ciega 🙂

 

 

 

 

 

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